¿Alguna vez escucharon decir “ése RR.PP. es 9,74 puntos como profesional”? Lo dudo.
En este artículo no me propongo hacer una crítica al método de calificaciones de la esfera académica. No considero que sea correcto, ni que yo esté capacitado para realizar dicha acción. Por ello, me gustaría aclarar desde un principio que no es mi intención herir susceptibilidades ni mucho menos iniciar una guerra. Solo quiero, como siempre lo hice en este blog, decir que pienso y siento sobre la actualidad de nuestra profesión.
Desde que inicie mis estudios hasta el día de hoy, me tocó lidiar con diferentes y variados tipos de compañeros. No me refiero para nada a clases socio-económica, raza (si es que las hay), color, contextura física ni capacidad (en las versiones que se les ocurra). Me refiero más exactamente a la pasión. Es indudable que un profesional completo, está construido al igual que una moneda. En una cara esta la teoría, y en su otro lado la práctica. Igualmente creo que esto no es suficiente para otorgarle a un profesional la cualidad de completo y eficiente. La pasión, las ganas y sobre todo el rechazo a la mediocridad son indispensables para que la moneda sea completa. Sin embargo, mi experiencia me dice lo contrario.
Mis estudios me hicieron conocer historias y realidades realmente ambiguas. Cursando en una universidad en la que se fomenta la adquisición de experiencia durante los estudios, las buenas prácticas de la profesión, la lectura entre líneas de todos y cada uno de los textos que se nos presentan en la vida, participé en eventos y situaciones especiales que me hicieron dar cuenta que solo son discursos que no están puestos en práctica.
Me he dado cuenta que mis compañeros con mayores notas, son los que nunca han aplicado lo aprendido. Y no quiero decir que esté mal sacarse notas altas, sino que no encuentro una verdadera razón para premiar solo eso. ¿Qué tiene de grandioso tener como única responsabilidad en la vida estudiar? Veo como generación tras generación egresada ha “tragado” sin “masticar” los contenidos dados, y egresan uno atrás del otro ,profesionales realmente mediocres en cuanto a experiencia, pasión y ganas. Sin embargo a esos profesionales se los premia. Salen con diplomas de mejores promedios, y los profesores los aplauden por sus excelentes resultados cuantitativos, por haber recordado por el período de una semana cada uno de los temas a rendir en un parcial. ¿Qué valor le aporta a la profesión un profesional como ese?
Entiendo que las universidades persigan fines económicos, a pesar de hacerse llamar “sin fines de lucro”. Y cuanto mayor flujo de egresados, mayor cantidad de cuotas pagas. Es una ecuación perfecta. Pero me pregunto qué es lo que hacen los profesores al ver un alumno absolutamente desinteresado, con pocos rastros de pasión, y un futuro incierto como profesional. ¿Los profesores no son profesionales también? ¿Acaso no les interesa a quien si tener o no como colegas en el futuro? ¿No deberían actuar como los principales filtros de mediocridad? La docencia debería ser una artesanía, no una producción en serie.
Me gustaría terminar este post con el comentario sobre una experiencia realmente ridícula que estoy vivenciando en mi universidad. Básicamente, el nuevo plan de estudio propone acumular punto para no tener que cursar algunas de las materias de la carrera. Los puntos se acumulan asistiendo a diferentes eventos. Adoro asistir a ellos para, además de interesarme en los temas tratados, ver como todos van a dormir para no tener que cursar un par de materias. ¿No será eso fomentar nuevamente la mediocridad? Tenía entendido que la universidad era un ámbito académico donde estudiar. Me equivoqué. Si quieren completar un lado de la moneda… no le quiten tiempo al otro lado. Llenen huecos, no los disimulen.