El uso cotidiano de la Red es gratuito; leemos noticias gratis, buscamos información gratis, y nos conectamos con “amigos” y parientes gratis. Pero que es lo que realmente ganan las empresas al “regalarnos” este maravilloso producto. La realidad es que pocos nos damos cuenta de cuánto estamos pagando, y cuanto deberemos pagar en el futuro.
La realidad es que estamos pagando un costo mayor del que preferiríamos pagar si entendiéramos qué y cuánto estamos pagando. El costo individual, moral y social de lo gratuito. ¿Ese es un precio que vale pagar?
En un mes, usuarios de todo el mundo realizan una setenta y seis mil millones (76.000.000.000) de búsquedas en Google de forma “gratuita”, en un día publicamos tres millones de fotos y videos en Facebook “gratis” y 350 millones de personas visitan y leen blogs de Blogger mensualmente sin pagar un solo peso; pero si lo vemos desde otra perspectiva veremos que esta gratuidad, es sólo una ilusión, teniendo en cuenta que cada mes, Google recolecta 76 mil millones de datos sobre nuestros intereses y deseos, Facebook completa mensualmente un perfil cada vez más extenso y detallado sobre nuestra persona, y Blogger determina qué clase de textos y temas nos interesan a cada tipo de persona en la tierra.
¿De qué modo utilizarían esto? A los ingenuos que piensan a Google como un portal de búsquedas, debo aclarar que no es así, dado que Google es la empresa de publicidad más grande del mundo con la base de datos más extensa en la tierra, y como todos los comunicadores sabemos, cuanto más personalizado es un mensaje, más eficaz en su objetivo será.
Pensamientos y deseos que expresamos en la red son rastreados, localizados e intercambiados con fines lucrativos.
Ya saben quiénes somos, no hay duda de eso, ahora saben que vendernos. Y el único y último espacio que pensábamos como libre, ya no lo es.
Pensémoslo de esta manera:
Una persona viene y te dice “Preguntame lo que sea y yo te lo voy a contestar, no me tenés que pagar dinero, sólo me tenés que hablar sobre tus cosas más íntimas, contarme sobre tu familia, revelarme tus secretos y deseos, y nada más. Yo voy a vender esa información que vos me diste a empresas multinacionales para poder influenciarte de mejor manera, y que compres sus productos”. ¿Le harías alguna pregunta a esa persona? ¿Volverías al viejo y no obsoleto método de ir a la biblioteca y buscar sobre el tema que necesitas saber? ¿Le preguntarías al anciano con experiencia o regalarías tus más privados secretos para perder lo último de libre albedrio que te queda?
El producto on-line no es el contenido, el producto on-line sos vos. Lo que se comercia es tu esencia, y lo más increíble es que vos regalaste ese producto, vos te regalaste.
Hay una relación riesgo-beneficio, y el beneficio es tan maravilloso que intentamos contener cualquier riesgo, aunque, personalmente creo, es imposible. Aún nos queda nuestra libertad para no usar el sistema, incluso, en un caso muy extremo, no prender nuestra computadora. Pero eso no va a suceder. Somos seres sociales que queriendo o no, nos homogenizamos cuanto más nos relacionamos, y cuantas más personas usen el sistema, más lo vamos a utilizar nosotros. Se retroalimenta a pasos agigantados.
Ahora veámoslo como profesionales: ¿Qué pasaría si supieras que quieren tus clientes en todo momento, y pudieras ofrecérselo de modo inmediato? ¿No es ese el Santo Grial que los comunicadores comerciales habíamos buscado durante décadas? De hecho, con esa información, podríamos crear avisos hechos a medida, que apunten directo a clientes interesados en comprar nuestro producto, sin gastar dinero en quienes no están interesados.
Eric Schimdt (CEO de Google) dice que “La primera regla de Internet es que podés hablarle a cada individuo como si fuera una persona diferente. No es un mecanismo de difusión amplia, sino un mecanismo de difusión selectiva”.
Veamos esto aplicado en la realidad:
Google, entre todos sus productos, “regala” el servicio de Gmail. Cuando estamos escribiendo un e-mail analiza y almacena palabras y temas para poder, instantáneamente, ofrecernos un producto en la columna derecha.
Pero esto no llega hasta aquí. Hace un tiempo, mi perra estaba enferma. Yo le escribía periódicamente a mi familia para saber cómo estaba. Y Google me ofrecía en su columna derecha fotos de la modelo Carolina Ardohain dado que mi perra se llama Pampita. A la semana, y luego de haber enviado 4 emails, Google, dejó de ofrecerme revistas Caras y Gente, y empezó a ofrecerme correas para perros, paseos y psicólogos caninos. Entonces entendí que Google ya había entendido que mi perra se llama Pampita, y ya no necesitaba escribir sobre correas, o enfermedades caninas, sino que ya bastaba con esa palabra para venderme lo correcto.
¿Realmente quiero que una sola empresa sepa tanto de mi? ¿No me merezco reservarme que mi novia está embarazada y no queremos contarle a sus padres por un tiempo, o que soy suicida y estoy investigando sobre como matarme con gas natural? ¿No tengo derecho a la privacidad?
“Ofrecer productos y servicios gratis mientras se financia a expensa de nuestra privacidad con anuncios muy bien dirigidos.” La ironía de este modelo ultra-capitalista es que requiere que la Red se mantenga fiel a sus raíces no capitalistas: Tiene que permanecer como una red abierta, fácil de navegar, “sin tener que pagar para ver”, y sin áreas a las cuales Google no pueda acceder.
Estamos experimentando un nivel de vigilancia que nunca pensamos posible, y del cual no hay vuelta atrás.
Paradójicamente, lo que nos expone como nunca también es lo que hace que la Red sea la oportunidad de compartir, de deambular y de husmear por el tesoro del conocimiento humano. Pero a medida que el comercio llega a dominar la Red, debemos despertar y entender el verdadero costo de lo gratuito; cómo está redefiniendo la intimidad, el espacio personal, y en última instancia, nuestra identidad.
Termino este post con una pregunta y la promesa de que voy a continuarlo en algún momento: ¿Cuál es el límite entre nuestros derechos y la búsqueda de ganancias?
Interpretación libre por Nicolás Vazzano del documental Le Revolución Virtual, “El costo de lo gratuito”.